martes, abril 24, 2007

Algunas consideraciones

Me sorprendió saber que el profesor dejó publicar a Carolina su informe de investigación en mi humilde blog en reemplazo de un medio tradicional, como lo dictaba la tarea.

Puedo pensar que esto de alguna forma es un reconocimiento al mundo de los blogs, los bloggers, la blogosfera; a todos los más de 100 millones de blogs en el mundo y a los 175.000 que se crean a diario.

La investigación de Carolina sobre una Capilla en Sabaletas, construida sobre restos indígenas y que tiene como patrona a una Virgen aparecida de la nada y fuera de eso andariega, según las creencias de los habitantes de éste corregimiento, tiene el gran valor de lo mágico y mítico de los relatos de sus personajes. Es, además, una investigación que resulta provocadora para el lector, porque crean en él la curiosidad por comprobar con sus propios ojos y oído estos misterios insondables.

PD: Si en los periódicos cobran las publicaciones por centímetros, en mi blog yo cobro por párrafos. Recuerda Caro que cada uno de ellos equivale a una bola de helado, así que ve haciendo la cuenta.
Nacho.

El tesoro de Sabaletas


Imágenes de la Capilla y de la Virgen

Por Diana Carolina Parra Restrepo

Cuando me dijeron que tenía que hacer una investigación como trabajo de grado, pensé en un sin número de temas, pero siempre llegaba a temáticas ya antes investigadas. Un día hablando con mi profesor de Investigación Juan Guillermo Bedoya, le conté de un lugar que había conocido en vacaciones y que tenía todo lo que me gustaba: indígenas, arquitectura, historia, campo, mitos, leyendas…entonces fue ahí donde supe realmente lo que quería hacer, descubrir y recuperar la historia del corregimiento de Sabaletas, para que la memoria histórica de este pueblo no se pierda.

El tesoro

Sabaletas es un corregimiento del municipio de Montebello (Sitio oficial), al suroeste antioqueño, que está a 60 kilómetros de Medellín. Fue descubierto por el Mariscal Jorge Robledo y su expedición en 1541. Cuando llegaron a Sabaletas sólo había un tambo (choza) donde más tarde fue construida la Capilla. La tribu predominante del lugar era la del Cacique Quiramá, del cual aún quedan descendientes en cuarto grado de consanguinidad.

La pequeña Capilla, primera en Antioquia, consagra a la Virgen Nuestra Señora de la Candelaria, ella guarda valiosas reliquias que datan del siglo XVII al XX. Por esto, y por sus valores arquitectónicos e importancia a nivel histórico, fue declarada Monumento Histórico Departamental según la ordenanza # 17 del 22 de noviembre de 1963 de la Asamblea Departamental, y Monumento Nacional según el decreto 3003 de diciembre 10 de 1984 del Gobierno Nacional.

Los ancestros

Los indígenas no tenían cementerio, entonces, enterraban a sus muertos dentro de su misma casa, la Capilla era su tambo, por eso es que en el suelo de la iglesia se encuentran tumbas indígenas. Cuando alguno de la tribu Quiramá moría, lo enterraban con comida, con sus pertenencias, con sus riquezas…ellos pensaban que los muertos volvían a la vida. En la Capilla vivían y en la capilla morían.

Antes de la evangelización los indígenas creían en la luna, el sol y en ídolos de plata y oro. Pero con la colonización sus creencias se transformaron, ahora creían en imágenes religiosas. La Capilla de Nuestra Señora de la Candelaria se convirtió en su nuevo referente religioso. Acabaron con el tambo indígena para darle paso a la iglesia, a la creencia de un Dios Jesucristo.

Se dice que la imagen de la Virgen de la Candelaria apareció hace 350 años. Nadie la hizo. Apareció en el altar de la Capilla. La Virgen está hecha en madera, es de piel morena, rasgos indígenas y siempre está vestida con trajes de novia.

Los mitos dicen que por la parte de la cascada la Virgen se le aparece a los caminantes. Julio Quiramá, cuidador de la Capilla, cuenta que cada mes, cuando le cambia el vestido a la Virgen, le encuentra cadillos. “Por eso creemos que la imagen sale de la capilla”, afirma don Julio.

La aparición

En la finca los Ciruelos, en tiempos de cosecha cafetera, vienen personas de otras partes. Un día uno de los trabajadores se fue para Sabaletas a comprar unos cigarrillos, cuando iba bajando por la quebrada vio a una joven sentada en la peña. Se acercó y le preguntó dónde vivía y ella le respondió que en Sabaletas. Él le dijo que no le dijera mentiras, porque nunca la había visto allá. Sí, yo vivo en la mitad de la plazoleta de Sabaletas, tú has ido a mi casa, le respondió ella. El hombre no le creyó y se fue. Empezó a subir al caserío, a la primera y segunda vuelta la muchacha todavía estaba sentada en la peña, y a la tercera desapareció.

El hombre llegó a Sabaletas y le dijo al encargado de la Capilla, Julio Quiramá, que si le hacía el favor de abrirle la Capilla. Adentro, se quedó mirando la imagen y le dijo a Julio que acababa de ver a la Virgen sentada por la quebrada, que llevaba el mismo vestido y los mismos adornos en la cabeza.

La promesa

La Capilla está construida en un sótano. Se dice que allí se encuentran los tesoros de los indígenas donados a la Virgen Nuestra Señora de la Candelaria.

Faustino Bermúdez, un devoto de la Virgen, le pidió a ella que lo dejara entrar por el tesoro, y él le prometió a cambio una fiesta. El mito dice que Faustino entró arrastrándose por el túnel y se amarró del pie el tesoro para poder sacarlo. Luego fue y lo enterró en la finca Piedra Negra. Faustino volvió a entrar por más del tesoro y al tratar de salir, encontró la roca del túnel tapada, entonces entendió que eso era un castigo por no haberle cumplido la promesa de la fiesta.

Le dijo a la Virgen que lo dejara salir, que él le devolvía de nuevo su tesoro. A los dos días encontró la salida. Se fue a la finca Piedra Negra a desenterrar el tesoro y después de mucho buscarlo no lo encontró.

Lo que se conserva

Actualmente en Sabaletas quedan 15 integrantes de la tribu Quiramá. Ellos no conservan casi nada de su cultura, sólo la marca del apellido. Lo que sí ha sido imposible que olviden son sus historias, sus relatos, sus mitos y leyendas, y eso, a través de entrevistas, visitas a archivos históricos y a la observación, es lo que he pretendido rescatar con esta investigación.

miércoles, marzo 07, 2007

Cuando conocí a Gabo

Por estos días de gabomanía – estoy seguro que ésta palabra no aparecerá en el Nuevo Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española – he recordado con cierta decepción la ocasión en la que conocí a Gabriel García Márquez.

Fue hace poco más de un año en la primera versión del Hay Festival en Cartagena. Yo estaba desprevenido, en uno de los balcones del majestuoso Teatro Heredia. Durante los días previos era rumor conocido por todos los asistentes que Gabo acudiría a uno de los conversatorios. El rumor se hizo realidad justo en el balcón contiguo al que yo estaba.

Metido en uno de esos trajes que se usan en la costa, de tela suave y vaporosa color mostaza y guiado por unos anteojos grandes y de marco grueso, se sentó acompañado de dos mujeres que pronto empezaron a hacer malacara cuando la gente se agolpó para saludarlo, pedirle autógrafos y tomarle fotos. Él accedía con discreta amabilidad, que luego se tornó en repulsión y acompañó de la frase: “Esto me lo busqué yo”; no resistió más y decidió esfumarse en compañía de sus también chocantes acompañantes.

Desde ese momento la imagen que tenía del Gabo Nobel, del maestro y del que creía que su humanidad era comparable con sus éxitos se desmoronó como fichas de dominó.

A los pocos días del Hay Festival, una amiga de Bucaramanga, me envió unas fotos del evento y entre ellas una muy simpática de la cual me indicaba que tuviera mucha discreción.

En ella, aparecía el premio Nobel saliendo de un bar en Cartagena - según me contó la paparazzi fue pasada la media noche - ya no era guiado por los anteojos grandes y de marco grueso sino por dos mujeres que lo sostenían a lado y lado.

No puedo colgar la imagen porque la perdí en una ocasión que alguien usurpó mi correo electrónico y luego mandar mensajes insultantes a algunos de mis contactos, decidió, no contento con el daño ya hecho, borrar todos los mensajes recibidos y entre ellos el de la foto en cuestión, la del Gabo cual adolescente saliendo tambaleante de una bar en la heroica.

Al final esto me hizo pensar que hay personas que no hace falta conocerlas en carne y hueso. Basta con leer sus libros o ver sus fotografías para crearse una imagen de ellas. Una imagen propia del realismo mágico.

martes, noviembre 21, 2006

Para volver a quitarse el sombrero


Por Raúl Ignacio Mesa Villegas
nachomesa1@gmail.com

Comparable con la sensación de un niño que espera con ansias su regalo de navidad, es lo que siente un cinéfilo cuando Pedro Almodóvar anuncia el estreno de su nueva película.

Hablar del cine de Almodóvar es hablar de un cine cálido, con historias a veces complejas pero siempre cotidianas. Es realmente un cine con voz propia, un verdadero y sincero cine de autor.

En esta ocasión nos regala Volver - digo regala porque eso es lo que son sus películas, maravillosos obsequios – una cinta que da cuenta de su madurez, de la capacidad que tiene para reinventarse, aún cuando uno puede llegar a pensar que ya no lo puede hacer mejor.

Volver es una historia que se mueve entre lo costumbrista de su tierra Machenga, lo intensa humanidad de unos personajes y un desbordante realismo mágico, al mejor estilo del boom latinoamericano, con el propósito de hablar de mujeres, de muerte, de supersticiones, de recuerdos y de retazos de la vida cotidiana.

Volver

Lo primero que quiero rescatar de esta película es la vuelta de Almodóvar al universo femenino, aspecto que sin duda alguna ha definido su cine pero que tenía un poco olvidado en sus últimas películas. La Mala Educación fue una película de personajes masculinos aunque con mucho de feminidad. Este retorno lo hace con la complicidad de un reparto de lujo: Penélope Cruz, simplemente impactante; Carmen Maura, un retorno magistral; Lola Dueñas, pura experiencia; y Blanca Portillo y Yohana Cobo con un excelente debut.

Volver es un verdadero homenaje a las mujeres, a su fortaleza para aguantar las situaciones más duras, a su condición natural de solidaridad y al inmenso amor que son capaces de dar a los suyos. Es al mismo tiempo la resignificación que el director hace del papel de la mujer en la sociedad, en la construcción de familia, de hogar, de barrio y de comunidad.

También, muchos críticos rescatan el regreso de su autor al género de la comedia y por escenas como en la que Sole trata de ocultarle a Raimunda la presencia de su madre en la casa o en la que Raimunda por un especial olor se percata de la presencia de su madre y la situación que esto genera, hacen pensar que nunca lo hubiera abandonado.

Aquí otra característica definitoria de Almodóvar: el humor suelto, cotidiano y contundente, sin necesidad de abusar de expresiones vulgares – una gran lección para los realizadores colombianos -. Debo agregar que es una comedia dramática, donde las risas y las lágrimas van y bien y eso también lo experimenta el espectador en la oscuridad de la sala de cine.

Otros elementos que hacen ya parte de la marca Almodóvar y que hacen presencia en Volver son el uso dramático y expresivo de la música, el cuidado y elocuencia de sus planos, el relato perfectamente armado y unos diálogos honestos e ingeniosos.

De recuerdos

Cuando Almodóvar añade esos retazos personales, íntimos y autobiográficos a sus películas es cuando surge su mejor cine.

Ese viaje al interior de sus recuerdos de infancia, de la vida en su pueblo, de los patios inmensos llenos de materas y flores, de las cocinas como el lugar de reunión de las mujeres y el espacio propicio para contar sus historias, unidos a la capacidad innata de Almodóvar de escuchar y recordarlos para luego armar una historia con este material, es lo verdaderamente valioso y profundo de su cine.

Lo ha hecho ya en películas como Todo sobre mi madre, Hable con ella, La Mala Educación y ahora lo repite magistralmente en Volver. Esa es su mejor materia prima: sus recuerdos, sus miedos, sus alegrías, sus sentimientos… su familia.

He aquí otra invitación a los realizadores colombianos a esculcar en sus familias, sus personajes cercanos y sus recuerdos de infancia las nuevas historias del cine colombiano.

Relación con la cultura antioqueña

Dice un proverbio portugués: Quem conhece o seu povo conhece o mundo todo (El que conoce a su pueblo conoce el mundo entero). Y como conocer tiene la misma raíz que narrar, Pedro Almodóvar es un narrador de su pueblo y al mismo tiempo del mundo, de nuestros tiempos.

Es desde esa particularidad, desde sus más profundos recuerdos e intimidades familiares que las historias y narraciones de su cine se vuelven universales y hacen que un espectador lejano encuentre en sus películas – y particularmente en Volver – una identificación y relación con su cultura.

Viendo la película no puedo dejar de acordarme del la novela de Tomás Carrasquilla Entrañas de Niño, donde se identifica que el mito fundacional de la cultura antioqueña es España. Esa relación con la muerte, con las ánimas, los espíritus y esa ánimo de superstición entre la gente que presenta Almodóvar en la película son también aspectos muy propios de la cultura antioqueña.

Por ejemplo, cuando la madre le dice a Raimunda: “Lo bueno de estos pueblos es que son muy supersticiosos”, no sólo se está refiriendo a los españoles sino que también podrían ser, fácilmente, los antioqueños. Y si no, cómo explicar que en pleno siglo XXI un hombre tenga por costumbre, en las noches de noviembre, cuado el reloj marca las doce de la noche, abrir el cementerio, recorrerlo despacio llevando una capa encima y una campanita que hace sonar mientras dice sin cesar: “un padrenuestro por las benditas ánimas del purgatorio por amor a Dios”, y de esta manera recorre las calles de todo un municipio.

Dice el padre Humberto Restrepo, en su libro La Religión de la Antigua Antioquia, que se identifica el mito de las ánimas con la presencia de la muerte y se legitima la herencia española venida propiamente de Galicia, que fue llamado el país de las benditas ánimas.

Qué decir de las veces que un titular de noticiero anuncia la aparición de la imagen de la Virgen María en un buñuelo, la de Jesucristo en una pared o en un tronco de un árbol. ¿Se puede pedir más superstición?

La diferencia con la historia de Almodóvar y a lo que nos enfrenta es con algo que en la vida real nunca ha pasado y es si esos cuentos de ánimas en pena y espantos que caminan en las tinieblas se vuelvan verosímiles.

Almodóvar, para construir sus historias, se hace una pregunta clave para darle rienda suelta a la imaginación tanto en la literatura como en el cine: ¿Qué pasaría sí…? A partir de esto y de otros ingredientes, seguramente reales, es que nacen sus espléndidas películas.

Otro aspecto de Volver que se reproduce en nuestra cultura es lo que representa el personaje de Agustina, interpretado por Blanca Portillo: la importancia de la vecindad. Eso es algo muy particular de nuestra cultura, esa solidaridad para tomar los problemas del otro como propios, de brindarle compañía y ayuda. Aunque también es un arma de doble filo porque así como se puede dar una relación de armonía también puede ser de odio y conflicto.

Para volver a escuchar

¿Qué sería de esta película sin la música? Difícil concebirlo. Otro de los aciertos de es la presencia dramática y contundente de la música. Además de darle el título a la cinta, el tango Volver, interpretado originalmente por Gardel, ahora en ritmo de bulería en la voz espléndida de Estrella Morente adquiere un aire de exquisitez y estilización.

Además, sirve para crear una de las escenas más hermosas y para nunca olvidar de la película, cuando Raimunda canta en el restaurante y su madre la escucha escondida en el carro. ¡Cómo no estremecerse!

Finalmente, después de deleitarse con Volver, un intenso retazo de la vida real, al espectador no le queda más que esperar con ansias la próxima entrega de Almodóvar y, así como decía la poetiza Emlily Dickinson, quitarse el sombrero.

jueves, octubre 26, 2006

Como anillo al dedo


Texto escrito a partir de la lectura de los doce principios para una nueva ética profesional del intelectual de Karl Popper

Por Raúl Ignacio Mesa V.
nachomesa1@gmail.com


Hace poco escuché una definición bien curiosa de periodista: periodista es el único ignorante que se le permite aprender en público. Me reí con ironía y al mismo tiempo con cierta rabia porque lo sentí como una ofensa. Pero leyendo los planteamientos de Kart Popper creo comprender el sentido de tal definición.

El periodista (también puede ser columnista) es un ignorante porque nunca tiene la verdad absoluta sobre las cosas. Su conocimiento no es completo. Siempre está buscando las partes para completarlo y, en ésta tarea, es tanto con lo que se encuentra (fuentes, temas, posiciones, argumentos, versiones, historias) que por más que busque siempre le faltará algo por conocer, es decir, convivirá siempre con una dosis de ignorancia que se convierte en su motor, en ese impulso de curiosidad por llegar hasta el fondo de los asuntos.

Esa búsqueda es un proceso de aprendizaje. Que sea en público es porque así son las condiciones de trabajo. Pero es la oportunidad de que se dé eso que Popper llama la critica y la autocrítica: la primera, de los que nos leen, nos escuchan y que encuentran errores en nuestro trabajo que nos ayudarán a mejorarlo y a entender las razones del otro y, la segunda, en adquirir esa capacidad de reconocer y aceptar las equivocaciones, aprender de ellas y no usarlas como escudos de protección, sino como experiencia y bagaje para no volver a actuar erróneamente.

Como diría David Puttnam, el reconocido productor de cine, más que perfeccionismo, todo es susceptible de ser mejorado. Ese es otro de los aportes de los que nos habla el filósofo austriaco Kart Popper, el error como posibilitador de perfeccionamiento de nuestras acciones.

Finalmente para el ejercicio periodístico, el ejercicio libre, autónomo y responsable de opinar y argumentar, los planteamientos de Popper, que serían un error no tenerlos en cuenta, nos caen como anillo al dedo.

martes, octubre 24, 2006

Indígenas, tristeza y muerte

Mow Be, líder de los Nukak Makú (Q.E.P.D)

Por Raúl Ignacio Mesa V.
nachomesa1@gmail.com

Me permito tomar este título de un artículo publicado por la revista SEMANA donde informa sobre el suicidio del interlocutor de la tribu Nukak Makú, Mow be. Y éste “robo” no es porque no tuviera otro más para darle a esta columna sino porque, lamentablemente, es el que mejor define la situación en que viven muchas de las comunidades indígenas en el país. El ejemplo perfecto es por las que pasan hoy los Nukak.

El suicidio de Mow be, el líder de la última tribu nómada de Colombia, al no poder encontrar una solución rápida y efectiva a la situación de desplazamiento por la que está atravesando su pueblo, que ahora se encuentra concentrado en un casco urbano de San José del Guaviare contrario a la tradición de caminantes que anida en sus espíritus, es una muestra de la magnitud de la angustia, el desespero y el abandono de las comunidades indígenas. La responsabilidad histórica es del Estado y, de alguna forma, del país, que siempre ha mirado con desgano e indiferencia a esta población.

Me pregunto si cuando salen noticias que dicen que Colombia es uno de los países más felices del mundo, estarán contando con la opinión y la situación de los indígenas. Porque si es así, estas informaciones no son más que datos estúpidos y desdibujados de la realidad.

Si alguna población ha sufrido, padecido y aguantado la crueldad de la guerra, el acoso y la persecución de los grupos armados, el olvido estatal y la falta de atención a sus necesidades y problemáticas han sido los indígenas que, paradójicamente, son los que le aportan al país la riqueza cultural, la diversidad etnica y ese exotismo de los que muchos se enorgullecen y ufanan.

Me hubiera gustado que el título de éste artículo fuera Indígenas, cultura y diversidad o Indígenas, cultura y tranquilidad, pero lamentablemente éste gusto será esquivo y, sobretodo en la actualidad, casi un imposible.

Por ahora y hasta que nos se tomen las medidas del caso, se reconozcan los derechos de las comunidades indígenas del país, se les escuche sus problemáticas y se les den las garantías para que se desarrollen en su ambiente natural, el título de este artículo seguirá siendo el mismo: Indígenas, tristeza y muerte.

martes, octubre 17, 2006

El "otro" en nosotros

Por Raúl Ignacio Mesa V.
nachomesa1@gmail.com


“Debemos entender que 'el otro' no existe; 'el otro' somos nosotros mismos", respondió Orhan Pamuk al programa de noticias The News Hour cuando estos le preguntaron sobre el mensaje principal de su obra, en una entrevista realizada horas después de que la Academia Sueca de la Lengua le otorgara al escritor turco el Premio Nobel de Literatura 2006.

Sin duda este es un reconocimiento a una voz que se ha alzado desde sus novelas y sus declaraciones por el respeto, la tolerancia y por ser un puente entre la cultura occidental y la oriental, en lugar de “agrandar los abismos interculturales”. Pamuk es productor de esa literatura que plantea una tesis y nos enfrenta con eso que no queremos ver. Esta literatura valiente cumple con lo que decía George Orwell sobre la libertad de expresión: decir lo que la gente no quiere oír.

Así quedó demostrado cuando en febrero de 2005, durante una entrevista con un periódico suizo, el novelista turco pronunció la siguiente frase: “Un millón de armenios y treinta mil kurdos fueron asesinados en estas tierras, y yo soy el único que se atreve a hablar del tema”. Al decir “estas tierras” Pamuk se refería, por supuesto, a Turquía; y el gobierno del país reaccionó invocando el artículo 301/1 del Código Penal y acusando a Pamuk de “denigrar públicamente la identidad turca”. El caso fue desestimado a principios de año, pero el daño ya estaba hecho. Sus referencias al asesinato masivo de armenios bajo el Imperio Otomano, así como al conflicto kurdo en el sureste del país, levantó una ola de protestas en Turquía.

Ese concepto de libertad de expresión definida por Orwell parece que lo tiene muy claro la Academia Sueca de la Lengua que en los últimos años ha exaltado a autores que a través de su literatura dan cuenta de esas cosas que se quieren tapar y olvidar en el mundo: la exclusión y la muerte industrializada (Imre Kertész: 2002), el racismo (J:M. Coetzee: 2003), la posición de la mujer frente al machismo cultural y político (Elfriede Jelinek: 2004) y ahora el genocidio y las relaciones conflictivas entre Oriente y Occidente.

De lo que si poco ha hablado la prensa es que de nuevo este galardón le fue esquivo al escritor peruano Mario Vargas Llosa. Habrá que esperar que sus declaraciones sobre el nuevo Nobel no sean tan ofensivas y tocadas de envidia como las que pronunció en el 2004 cuando Elfriede Jelinek fue galardonada: “Sólo si se lo merece, leeré a la Nobel”. Porque el nuevo Nobel, si que se lo merece.

miércoles, octubre 11, 2006

Para no morir más en la calle


Por Raúl Ignacio Mesa V.

La muerte, como proceso individual, debe ser lo más privado para un ser humano. Este paso de abandonar lo terrenal no debe convertirse en un espectáculo de carreta, en un motivo de trancón ni mucho menos en romería de curiosos.

En tan sólo cuatro días me ha tocado presenciar la muerte de dos mujeres. Murieron en la calle. ¿Quiénes eran? ¿Tenían familias? ¿Qué hacían? ¿Qué pensaban? ¿Para dónde iban? ¿A quién amaban, a quién odiaban, quién las quería, quién las odiaba? ¿Por qué reían, por qué lloraban? Preguntas que quedan sin respuestas sobre estos seres humanos que pasarán a engrosar la lista de los altos índices de accidentalidad en la ciudad. Y lo más triste es que entre los curiosos que miran desde la ventana de su automóvil o de un bus, son muy pocos los que se pregunta sobre lo indigno de morir en la calle.

La muerte en la calle es una preocupación en la actualidad. Accidentes de tránsito, motociclistas estrellados, peatones atropellados, hacen pensar que salir a la calle es todo un peligro, cuando no debía ser así. Las campañas pedagógicas sobre prevención vial comparadas con las cifras de accidentalidad hacen pensar que los resultados son insuficientes.

La gente olvida manejar con precaución en las carreteras, los motociclistas no aprenden el valor de la prudencia y los peatones prefieren no utilizar los puentes y los cruces adecuados. En fin, todos olvidan, más que campañas y normas, el valor de la vida. Quizás eso sea a lo que deben apuntarles las campañas y todas las medidas que se hagan al respecto.

Dicen que la muerte es lo único que todos lo seres humanos tenemos seguro, pero nadie sabe ni el día ni la hora en que le llegará. Lo que sí deberíamos procurar es que la calle no sea el lugar para morir.