miércoles, octubre 11, 2006

Para no morir más en la calle


Por Raúl Ignacio Mesa V.

La muerte, como proceso individual, debe ser lo más privado para un ser humano. Este paso de abandonar lo terrenal no debe convertirse en un espectáculo de carreta, en un motivo de trancón ni mucho menos en romería de curiosos.

En tan sólo cuatro días me ha tocado presenciar la muerte de dos mujeres. Murieron en la calle. ¿Quiénes eran? ¿Tenían familias? ¿Qué hacían? ¿Qué pensaban? ¿Para dónde iban? ¿A quién amaban, a quién odiaban, quién las quería, quién las odiaba? ¿Por qué reían, por qué lloraban? Preguntas que quedan sin respuestas sobre estos seres humanos que pasarán a engrosar la lista de los altos índices de accidentalidad en la ciudad. Y lo más triste es que entre los curiosos que miran desde la ventana de su automóvil o de un bus, son muy pocos los que se pregunta sobre lo indigno de morir en la calle.

La muerte en la calle es una preocupación en la actualidad. Accidentes de tránsito, motociclistas estrellados, peatones atropellados, hacen pensar que salir a la calle es todo un peligro, cuando no debía ser así. Las campañas pedagógicas sobre prevención vial comparadas con las cifras de accidentalidad hacen pensar que los resultados son insuficientes.

La gente olvida manejar con precaución en las carreteras, los motociclistas no aprenden el valor de la prudencia y los peatones prefieren no utilizar los puentes y los cruces adecuados. En fin, todos olvidan, más que campañas y normas, el valor de la vida. Quizás eso sea a lo que deben apuntarles las campañas y todas las medidas que se hagan al respecto.

Dicen que la muerte es lo único que todos lo seres humanos tenemos seguro, pero nadie sabe ni el día ni la hora en que le llegará. Lo que sí deberíamos procurar es que la calle no sea el lugar para morir.

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